Lo que me gusta del 31 de octubre es ver a todo ese mar de chiquillos disfrazados de cuanta cosa se les ocurre, pues la gran mayoría se ven muy tiernitos con esa vestimenta tan bonita. Pero en esta sociedad capitalista un disfraz medio decente es de precio astronómico, que obviamente pocos padres están en la condición de pagar.
Es por eso voy a exaltar la recursividad de unos cuantos que se niegan a perderse la festividad. De lo que vi anoche cabe resaltar esos disfraces que resultan de combinar de manera exótica y colorida la ropa del armario para construir algún extraño personaje, como la fanática del grupo RBD que no duda en ponerse la pinta que le dieron hace como dos navidades para cantar el ♪ Triqui triqui jalogüin ♪ o el recién puberto (que como está grandecito los papás no van a seguir con el gasto del disfraz), no puede con la idea de que ha dejado aquella época en que comía dulces gratis, entonces decide ponerse cualquier antifaz o máscara de Dragon Ball Z y se une a la horda que va de tienda en tienda mandando una maldición si no le dan una golosina. Y ahora está de moda que las madres tengan un papel más activo en el ritual (aparte de acompañar al hijo y decirle que los dulces que recoja le tienen que alcanzar para el próximo jalogüin), colocándose una discreta peluca de tiras de papel brillante o una diadema con orejas de cualquier lobo animal, que si el niño es afortunado y tiene corta edad, no se dará cuenta del ridículo que está haciendo (él y su madre).
Como dice una canción que no me acuerdo cómo se llama: ¡Qué viva la fiesta!
Es por eso voy a exaltar la recursividad de unos cuantos que se niegan a perderse la festividad. De lo que vi anoche cabe resaltar esos disfraces que resultan de combinar de manera exótica y colorida la ropa del armario para construir algún extraño personaje, como la fanática del grupo RBD que no duda en ponerse la pinta que le dieron hace como dos navidades para cantar el ♪ Triqui triqui jalogüin ♪ o el recién puberto (que como está grandecito los papás no van a seguir con el gasto del disfraz), no puede con la idea de que ha dejado aquella época en que comía dulces gratis, entonces decide ponerse cualquier antifaz o máscara de Dragon Ball Z y se une a la horda que va de tienda en tienda mandando una maldición si no le dan una golosina. Y ahora está de moda que las madres tengan un papel más activo en el ritual (aparte de acompañar al hijo y decirle que los dulces que recoja le tienen que alcanzar para el próximo jalogüin), colocándose una discreta peluca de tiras de papel brillante o una diadema con orejas de cualquier lobo animal, que si el niño es afortunado y tiene corta edad, no se dará cuenta del ridículo que está haciendo (él y su madre).
Como dice una canción que no me acuerdo cómo se llama: ¡Qué viva la fiesta!
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