sábado, junio 16

De la necesidad de entrar en contacto con la realidad de cuando en vez


Una noche fría y sin nada que hacer. El riiiing riiiing del teléfono que saca la pitonisa que hay en mí tratando de adivinar quién carajos es. La voz que hace aumentar el ritmo cardíaco. La noticia que había esperado por años. La felicidad que me hizo brincar en un solo pie. La espera, la expectativa del momento, la imaginación a volar, los mil videos en mi cabeza. El encuentro. La conversación. Una extraña sensación. La sospecha que me decía que algo estaba pasando. La desilusión que temía pero que al mismo tiempo esperaba. La certera incertidumbre de que ya nada es lo mismo.



Siempre he dicho que eso de enfrentarse a la realidad es una vaina dura. Es como una patada en la cara, pero como si fuera por la retaguardia: uno no sabe cuando se la van a dar.

Aunque debo confesar que hace unos días la enfrenté de nuevo. Por ahí la psicología dice que a mayor expectativa mayor frustración. Eso ha sido una constante tooooooooooda mi vida. Pero esta vez la sorpresa fue grande; por cosas raras del Universo la frustración no se debió a agentes externos, es más, no sé sí hubo una frustración real.

Todo vino de mí, desde el raro y extraño mundo de Anaid, aquel que tenía un personaje, el protagonista de una historia al estilo de los hermanos Grimm, conservado con las últimas técnicas de la criogenia: resistente al paso del tiempo. Pero al contrastarse con su doble real generó una terrible incompatibilidad que desestabilizó el sistema, causó un giro de 180 grados a la historia y dio a entender que este mundo no para de girar, aún cuando yo intente fabricar realidades paralelas que me saquen de este loco e ininteligible Universo.

Todo cambia y el cambio cambió todo. Ya nada es lo mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca nada es lo mismo, señorita.

Es uno de los golpes más violentos que nos puede dar la vida, hacernos enfrentar nuestra realidad con la verdadera realidad, porque siempre serán opuestas...