He bajado la guardia. Se asoma por un instante, pero advierto su presencia, la devuelvo a su sitio.
Vuelve a aparecer por otro de mis descuidos y cuando está a punto de escaparse, la encierro con todas mis fuerzas en el sitio de su habitación.
Cómo quisiera decirle que salga, que se vaya, que no podré retenerla por mucho tiempo, que inevitablemente algún día rodará por mi mejilla marcando el paso de la melancolía.
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