Memorias de mi niña interior

Y ahora que cierre los ojos y que me relaje. No quiero cerrar los ojos. No me importa nada, escucho que debo tener cerrados los ojos y relajar completamente todo mi cuerpo. Lo de la relajada ya está, pero insisto, no quiero cerrar mis ojos, igual, no alcanza a ver si tengo o no los ojos cerrados. Dice que sienta el viento en mi cara. Es verdad, hace mucho viento y si miro hacia arriba las nubes se mueven muy rápido, el sol se ha ido y puedo mirar el cielo. Y dale con que debo seguir con los ojos cerrados, no lo voy a hacer.

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¿Cómo le hacen las nubes para no caerse encima de mí? Si, ya sé, grado décimo, química inorgánica, el tema de los gases; en este momento no me interesa recordar todo ese cuento (y tal vez no pueda hacerlo), sólo quiero hacerme esa pregunta y ya.

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¡Que sí hombre!, que ya relajé hasta el último músculo de mi humanidad, los alcanzo a sentir todos centímetro por centímetro, no pienso cerrar los ojos.
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En serio, ¿cómo le harán? Siento que en cualquier momento se van caer a la tierra, con esa rapidez con la que van pueden estrellarse y ahí se va a formar el caos, se romperán en mil pedazos y seguro que se van a caer. Y si no es así, y si no se caen debe ser porque alguien las debe tener amarradas (Dios tal vez).

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Vea, usted me cae muy bien. Es un tipo muy chistoso y hace unos apuntes cómicos. Pero sí sigue con lo de cerrar los ojos no me va parecer ya tan chévere. ¡Que intenso!

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Tengo tanta hambre que hasta me imagino que cuando las nubes se caigan voy a recoger un poquito y me lo voy a comer, como ese algodón de azúcar que venden en los parques y que se deshace rápido en la boca.
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Bueno, que ya puedo abrir los ojos, ¡ja ja! Nunca los cerré, ni modos profe, otro día le haré caso, aquí mi compañera creo que ya está más aliviada de todas esas preocupaciones de las que le gusta llenarse. Ni modo, así es la gente grande, buscándole cinco patas al gato. Toca traerla más seguido al parque, a que se divierta y a que se relaje.