martes, agosto 6

Esos otros que también son nosotros

Nora Reeves podía señalar el día exacto en que perdió la fe en la bondad humana y comenzaron sus silenciosas dudas sobre el significado de la existencia. Era de esas personas capaces de recordar fechas insignificantes, así es que con mayor razón se le grabaron las dos bombas de proporciones cataclísmicas que pusieron punto final a la guerra con el Japón. En los años venideros se vistió de luto para ese aniversario justamente cuando el resto del país se volcaba en celebraciones. Se agotó su interés hasta por las personas más cercanas, es cierto que el instinto maternal nunca fue su principal característica, pero a partir de ese momento pareció desprenderse por completo de sus hijos. También se alejó de su marido sin el menor alboroto, con tanta discresión que no pudo reprocharle nada. Se aisló en un claustro secreto donde se las arregló para permanecer intocada por la realidad hasta el final de sus días, cuarenta y tantos años más tarde murió convertida en princesa de los Urales sin haber participado jamás de la vida. Aquel día se festejaba la derrota final del enemigo de ojos oblicuos y piel amarilla, tal como meses antes se había celebrado la de los alemanes. Era el fin de una larga contienda, los japoneses habían sido vencidos por el arma más contundente de la historia, que mató en pocos minutos ciento treinta mil seres humanos y condenó a una lenta agonía a otros tantos. La noticia de lo ocurrido produjo un silencio de horror en el mundo, pero los vencedores ahogaron las visiones de cadáveres chamuscados y ciudades pulverizadas en una algazara de banderas, desfiles y bandas de música, anticipando el regreso de los combatientes.
(...)
-Nada volverá a ser como antes. Charles. La humanidad ha cometido algo más grave que el pecado original. Esto es el fin del mundo -comentó descompuesta, pero sin alterar su largo hábito de buenas maneras.
-No digas tonterías. Debemos aplaudir los progresos de la ciencia. Menos mal las bombas no están en manos enemigas, sino en las nuestras. Ahora nadie se atreverá a hacernos frente.
-¡Volverán a usarlas y acabarán con la vida en la tierra!
-Terminó la guerra y se evitaron males peores. Muchos más hubieran sido los muertos si no lanzamos las bombas.
-Pero murieron cientos de miles, Charles.
-Ésos no cuentan, eran todos japoneses -se rió su marido.

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